La inflamación es una respuesta protectora localizada que intenta defender al organismo de agentes invasivos externos y/o reparar un tejido dañado. Por estos motivos, la inflamación puede ser interna o externa.
La inflamación depende del proceso fisiológico o patológico que la produce, por lo que se puede presentar una inflamación aguda, o inflamación inicial mediada por el sistema inmune. Esta inflamación es corta y beneficiosa para el hospedero. Si la inflamación persiste en el tiempo, pasa a denominarse crónica y predispone al paciente a padecer diversas enfermedades [1, 2]. La inflamación crónica puede ser localizada, como la que se produce durante una enfermedad autoinmune, o sistémica como la generada en la diabetes tipo 2 o enfermedades cardiovasculares [3].
El estilo de vida, así como factores ambientales, pueden ser determinantes en el inicio y generación de enfermedades inflamatorias de tipo crónica. Estas enfermedades son de larga duración o incluso para toda la vida, lo que genera un incremento del estrés oxidativo en el sitio de la inflamación [2], promoviendo o ayudando a producir un mayor daño. El estrés oxidativo es una acumulación excesiva de radicales libres que afecta a las células, tejidos y órganos del cuerpo [1].
Si bien la inflamación y el proceso inflamatorio se ha estudiado bastante, aún se requiere un mayor conocimiento sobre la inflamación crónica, sus alcances y complicaciones, ya que afecta a todo el cuerpo. Debido a esto, es que es posible que ciertas enfermedades inflamatorias no respondan a los antinflamatorios por si solos, debido a que en su patología existe un componente oxidativo importante que genera que el posible tratamiento no sea exitoso [4].
Algunas de las enfermedades inflamatorias crónicas son: las enfermedades cardiovasculares [5], obesidad y diabetes [6], problemas pulmonares [7, 8], la salud de los huesos [9, 10], depresión [11], cáncer [12], enfermedades gastrointestinales [13], entre muchas otras.
Obesidad
Una de las enfermedades de tipo inflamatorio que ha aumentado considerablemente a nivel mundial es la obesidad [14, 15]. La obesidad se define, según la organización mundial de la salud, como un desbalance entre la energía consumida en los alimentos y el gasto de ésta. Desde 1980 es que la incidencia de esta enfermedad ha aumentado más del doble y se estimó en el 2014 que más de 41 millones de niños menores de 5 años o eran obesos o presentan sobrepeso [16].
La obesidad involucra un sinfín de otros riesgos metabólicos y enfermedades asociadas, como, por ejemplo:
La obesidad es considerada una enfermedad inflamatoria generalizada, debido a que se produce una comunicación entre las células inflamatorias y el tejido adiposo, la cual podría ser responsable de comorbilidades como las anteriormente mencionadas y/o la resistencia a la insulina [16, 17].
Es el nombre que recibe un grupo de factores de riesgo que aumentan la probabilidad de padecer diferentes enfermedades como, por ejemplo, enfermedades cardiacas o diabetes.
Hay 5 condiciones principales que son factores de riesgo. Para ser diagnosticado con síndrome metabólico, se deben presentar al menos tres de estos factores:
El riesgo de enfermedades cardiacas, diabetes e infartos se incrementa con el número de factores de riesgo que se puedan presentar. El riesgo de presentar síndrome metabólico se relaciona con el sobrepeso, la obesidad y la falta de actividad física. La resistencia a la insulina también puede ser un factor de riesgo para presentar síndrome metabólico [18].
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